Esta obra captura la esencia de la profecía de Lamia, la antigua reina de Libia que dio nombre a la ciudad de Lamos. Según la leyenda, Hera la maldijo con insomnio perpetuo, o le impidió cerrar los ojos, a la vez que le otorgó el poder de quitárselos y volver a colocarlos.

En el centro de la pieza, destaca una figura con dos ojos que parecen salirse de sus órbitas, simbolizando el poder de la reina y su trágico destino. La obra marca una evolución en el estilo de la artista, ya que la explosión de texturas y piedras ya no evoca el movimiento nómada de sus obras anteriores. En cambio, estas nuevas texturas generan una sensación de miedo y caos, a la vez que emulan la formación de territorio y el movimiento errático, reflejando el tormento de Lamia.